Como cada año, la llegada de la navidad trae la ilusión de los regalos. En estas fechas de comercialización mundial y masiva de juguetes producidos se debe tener presente algunas cosas.
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En su gran mayoría, los juguetes se clasifican por unas cuantas marcas, pero para entenderlos hay que preguntarnos: ¿dónde están ahora los niños? y ¿Dónde quedó el juego?
El doctor Stuart Brown, psiquiatra e investigador de medicina clínica, en su libro Play (español: ¡A jugar!) establece, luego entrevistas con miles de personas, que “El juego entre los niños tiene una parte esencial: el establecimiento acordado de las reglas”.
Es normal ver que un grupo de niños al jugar, dedican en muchos casos, más tiempo al establecimiento de las reglas que al juego mismo. No es sólo la parte lúdica, el juego es un encuentro con los otros, una forma de establecer acuerdos, de reconocernos.
Para Brown, la falta del juego resta al individuo posibilidades de ver su existencia con optimismo, de probar alternativas y de efectuar aprendizajes sociales, para los cuales el juego espontáneo nos prepara, ayudándonos a sobrellevar tensiones, así como la presión que nos genera nuestro entorno.
Para este estudioso norteamericano lo opuesto al «juego» no es «el trabajo», sino la depresión. No reconocer y respetar la necesidad de juego de nuestros niños es una de las mayores violencias que los adultos ejercemos sobre ellos, misma que sin duda tendrá consecuencias muy serias en su futuro.
Para la doctora Susan Linn, psiquiatra y terapeuta de niños, autora del libro Consuming Kids, jugar es un componente fundamental para una niñez sana y está profundamente ligado a la creatividad.
La habilidad de jugar, es central para desarrollar la capacidad de tomar riesgos, experimentar, pensar de forma crítica, actuar en lugar de reaccionar.
Es muy importante considerar que es el ambiente en el que se adquieren habilidades motoras, estéticas, sociales, entre otras.
La creatividad por su parte, explica Linn (2004), se caracteriza por la originalidad, el pensamiento crítico y la capacidad tanto de reconocer la dificultad de un problema como la búsqueda de soluciones.
Sin embargo, en el mundo mercantilizado, donde el culto al libre mercado, que pone en el centro de la actividad humana, la ganancia, no hay lugar para el juego.
El juego se devalúa abriendo camino al juguete como protagonista y a un mercado que dicta cómo y con qué los niños tienen permitido jugar.
Es decir, el marketing inculca en los consumidores la definición de la autoestima por lo que se posee, y la felicidad a través de la adquisición de bienes materiales.
Son éstas características la antítesis de la creatividad, que se nutre de los recursos internos en lugar de los dictados externos, modas, caprichos o recompensas, afirma.
Para Linn, los mejores juguetes son educativos y sirven como herramientas que ayudarán a los niños a explorar, comprender y adquirir dominio sobre el mundo y sus valores.
Dicho lo anterior, debido a la glorificación del consumismo, resulta más difícil proveer a los niños con un ambiente que propicie la creatividad o el pensamiento original, convirtiendo a los niños en espectadores del juguete.
El juego es social, el juguete tiende a aislar.
La mercantilización de la vida infantil a través de la publicidad no sólo ha sido una de las causas principales del deterioro de los hábitos alimentarios y la epidemia de obesidad que se sufre en el planeta, también ha sido la causa principal de la aniquilación del juego y la imposición del juguete.
Si eres un consumidor consciente, mantén y promueve el juego, date un tiempo con los menores, dales tiempo.