Los chilenos usamos cada vez más las tarjetas de pago, sean ellas de crédito o de débito. La semana pasada, la empresa que opera el sistema de tarjetas en Chile, informó a la prensa que durante 2011 se efectuaron 365 millones de transacciones con tarjetas bancarias por un monto valorado de casi 20 mil millones de dólares.
Las cifras son impresionantes, estamos hablando de la no despreciable cifra de un millón de transacciones por día.
En el año 2007, el número de transacciones fue de 152 millones y el monto alcanzó a US$ 8.000 millones, de modo que la tasa de crecimiento promedio en los últimos años ha sido del orden de 25% anual. Pocas actividades pueden decir lo mismo.
El lado B del sistema de tarjetas chileno es que opera con costos muy superiores a los que se verifican en otros mercados. El costo de una transacción puede ser el doble en Chile que en Australia cuando se usa una tarjeta de crédito y puede ser diez veces más cara en el caso de usar una tarjeta de débito.
Este crecimiento es indicativo del atractivo de usar las tarjetas, que tienen amplia aceptación en los comercios, en lugar de usar efectivo o cheque. Las razones para ello no son pocas.
En efecto, al pagar con tarjeta nos beneficiamos por la facilidad y rapidez de la transacción, por la comodidad de no tener que transportar ni contar dinero efectivo o escribir un cheque y por el menor riesgo ante hurtos o robos. Chile es uno de los pocos países donde el uso de una clave secreta, el famoso PIN, es extensivamente utilizado para la identificación segura de la tarjeta y de su titular.
El uso de tarjetas de crédito tiene ventajas adicionales. Entre ellas, el crédito gratuito que se obtiene durante el tiempo que media entre la compra y la fecha de pago del estado de cuenta, las recompensas por el uso de la tarjeta, tales como descuentos, pagos a plazo sin interés, millas en líneas aéreas, etc., así como un ordenado estado de cuentas con los gastos del mes.
En suma, sus beneficios han permitido a las tarjetas ganar un creciente espacio como medio de pago, desplazando al cheque y el efectivo.
El lado B del sistema de tarjetas chileno es que opera con costos muy superiores a los que se verifican en otros mercados. El costo de una transacción puede ser el doble en Chile que en Australia cuando se usa una tarjeta de crédito y puede ser diez veces más cara en el caso de usar una tarjeta de débito.
En la mayoría de los países avanzados, las autoridades de competencia o los bancos centrales han tomado la iniciativa de realizar estudios muy completos sobre el funcionamiento de sus sistemas de tarjetas, su conducta de mercado y su costo para la economía, de los cuales han surgido regulaciones que apuntan a mejoras en la eficiencia y en las condiciones de competencia del mercado de pagos.
En países como Australia, Suiza y España, las autoridades han optado por regular las tarifas sobre la base de los costos de transacción. Incluso la Reserva Federal estableció en EE.UU. un inédito límite a las tarifas de intercambio para tarjetas de débito.
Las razones para regular el sistema han estado fundadas en que se trata de mercados muy concentrados, con grandes asimetrías de información, donde las tarifas no reguladas suelen estar por sobre las que prevalecerían en condiciones de competencia, amén de otras distorsiones.
En el caso chileno, existe un único operador que monopoliza la afiliación de comercios y la adquisición de sus cuentas por ventas con tarjeta. La concentración de mercado en el lado de la emisión de tarjetas bancarias, medida según el índice HH, supera el umbral de riesgo de 2000 puntos.
No es extraño entonces que el sistema chileno adolezca de distorsiones, que han sido corregidas en otros mercados, y que opere con altos costos. Ellos son asumidos por el comercio en forma explícita a través de una tarifa aplicada sobre sus ventas con tarjeta, pero están ocultos para el consumidor que es el que finalmente los paga, pues son traspasados al precio del buen o servicio, sea que compre con tarjeta, cheque o efectivo.
No obstante, a diferencia de su par australiano y de muchos otros, nuestro Banco Central no ha mostrado hasta la fecha gran inquietud por el funcionamiento del sistema de tarjetas. Llama la atención que, aunque la tasa de 30% de los créditos de consumo haya sido un enigma para su anterior presidente, el promedio de 46% que alcanzó la tasa de interés de las tarjetas de crédito durante 2011 no cause mayor desasosiego.
Quizás el caso La Polar, que demostró que la regulación y la fiscalización en este ámbito están a enorme distancia de parámet