Para algunos consumidores chilenos ya es algo habitual compartir sus desplazamientos en automóvil, vender su ropa o arrendar alojamiento en casas de desconocidos. Es la denominada economía colaborativa que se ha hecho sentir con fuerza este año, principalmente por la rápida expansión de plataformas de transporte como Uber y de hospedaje como Airbnb.
Aunque no existe una definición precisa sobre el concepto de economía colaborativa o compartida (sharing economy en inglés), se refiere a las transacciones entre individuos de bienes o servicios, sea o no en forma remunerada, utilizando una plataforma digital.
El concepto implica el acceso a la propiedad, compartir en vez de adquirir y maximizar activos que se encuentran subutilizados como vehículos, ropa, talentos o conocimiento. La experta en economía colaborativa, Rachel Botsman, señala como ejemplo que mantener un vehículo cuesta cerca de US$ 8.000 por año”cerca de $ 5 millones- pero se encuentra estacionado 23 horas al día en promedio.
En sus orígenes, el término designó a iniciativas sin fines de lucro tales como Wikipedia en 2001 y Couchsurfing y Freecyle, ambas de 2003, aunque posteriormente la masificación de las tecnologías móviles y redes sociales permitieron su rápido crecimiento y las convirtió en un negocio atractivo.
La Oficina de Economía y Estadísticas del Departamento de Comercio de EE.UU. definió a este tipo de firmas como “empresas de emparejamiento digital” (Digital Matching Firms) para hacer una distinción entre compañías orientadas al lucro de aquéllas gratuitas o “realmente colaborativas” como, por ejemplo, NeighborGoods, que facilita el préstamo de bienes entre vecinos.
Un estudio de Altimeter de 2013 postula que el auge de las plataformas colaborativas se dio por la convergencia de diversos factores, entre ellos la preocupación por la sustentabilidad, el deseo de conectarse con la comunidad, el altruismo generacional, monetizar el exceso de inventario pasivo, la posibilidad de generar ingresos extra, maduración de plataformas móviles y nuevos sistemas de pago, entre otros.
Para Natalia Vega, country manager de IDC Chile, la economía compartida o colaborativa forma parte de los nuevos modelos de negocios y es una realidad que es necesario considerar. La analista observa que el crecimiento de estas plataformas ha sido acelerado y sólo basta con mirar ejemplos en servicios de transporte, hospedaje, empresas dedicadas al diseño, entre otras, que “nacen respondiendo a objetivos estratégicos como mayor eficiencia, una relación más cercana con los clientes y cómo generar nuevos servicios”.
Julio Valenzuela, socio líder de Consumer Business de Deloitte, sostiene que la economía colaborativa “llegó para quedarse” ya que los estudios muestran que los millennials (generación que actualmente abarca entre los 20 y 30 años) están mucho menos interesados en poseer bienes intensivos en capital, como casas y autos, comparados con las generaciones anteriores, y están más interesados en invertir en experiencias. “Por ello esperamos que la demanda por el uso del ‘exceso de capacidad’ continúe creciendo exponencialmente”, afirma.
Diversos análisis destacan que la economía colaborativa conlleva beneficios como menores costos por servicios, flexibilidad laboral para proveedores de servicios, maximización de recursos subutilizados y una mejor experiencia de usuario. Al mismo tiempo se advierten riesgos como inestabilidad de ingresos para los proveedores, menores beneficios laborales y problemas de acceso para quienes no tienen conexión a internet.
Negocio millonario En 2014, un estudio de PricewaterhouseCooper (PWC) estimó que cinco sectores clave de la economía compartida – alojamiento, transportes, financiamiento, servicios personales y streaming de audio y video – reportaron US$ 15.000 millones en 2014 con el potencial de incrementarse hasta US$ 335 mil millones hacia 2025.
Pero la misma auditora reconoció que sus predicciones quedaron cortas y rehízo sus cálculos: sólo en Europa este tipo de transacciones alcanzarían US$ 31.000 millones en 2016 y generarían unos US$ 600.000 millones hacia 2025 en los cinco sectores más prominentes (alojamiento, transportes, financiamiento, servicios destinados a personas y servicios para empresas).
Un estudio de PiperJaffray estima que para 2025, los arriendos persona a persona podrían representar cerca de 10% de los alojamientos de un mercado que totalizaría ingresos por US$ 107.000 millones. Por su parte, espera que Uber y otras firmas del sector transporte podrían alcanzar 5% de un mercado global de taxis de US$ 90.000 millones.
Otro estudio de VB Profiles reveló que a junio de 2015 existían 17 empresas de la economía compartida en el mundo valoradas sobre US$ 1.000 millones, que en conjunto totalizaban 60.000 empleados y US$ 15.000 en financiamiento. Doce de ellas son de Estados Unidos y ocho del estado de California.
Los modelos emblemáticos La empresa de la economía colaborativa más grande según valoración de mercado es Uber, con aproximadamente US$ 60.000 millones, frente a los US$ 60 millones de 2011. Su valoración es superior al 80% de todas las empresas listadas en el índice accionario S&P 500. El servicio generó aproximadamente US$ 2.000 millones en ingresos mundiales en 2015, considerando el 20% que toma de cada viaje, de acuerdo a estimaciones de Reuters.
Airbnb es la segunda compañía más grande en este nicho y se proyecta que alcance una valoración de mercado por US$ 30.000 millones según Fortune, superior al valor de las principales cadenas hoteleras como Hilton y Marriott.
Desde la empresa aseguran que “la plataforma Airbnb ha ayudado a dar escala, facilidad y seguridad en la conexión entre personas que buscan alquilar sus espacios y viajeros que buscan una experiencia más auténtica y local”.
En tanto, la plataforma de transportes Cabify, una de las principales en Latinoamérica, ha tenido un crecimiento exponencial durante los últimos años. La startup multiplicó por siete sus ingresos globales en 2015.
Julio Valenzuela, socio de Deloitte, espera que esta tecnología tenga grandes impactos en la industria bancaria y en el rubro de los seguros en un futuro próximo, además de seguir viendo cambios en los sectores de servicios y en el retail.
Despegue en Latinoamérica Brasil, México, Argentina y Perú lideran en cuanto a número de iniciativas de economía colaborativa en la región, concentrando el 69% del total, según un informe del IE Business School para el Fondo Multilateral de Inversiones (Fomin) del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La gran mayoría de las iniciativas ha sido creada durante los últimos cinco años y el organismo cree que estas plataformas están todavía “en su infancia” en Latinoamérica.
Los sectores en los que más operan estas plataformas en la región son servicios para empresas (26%), seguido por transporte (24%), espacio físico (19%) y educación, formación y cultura (17%).
El estudio arroja que las principales trabas para el crecimiento del consumo colaborativo en la región es el desconocimiento del tipo de negocio, dificultades en el acceso al financiamiento y la desconfianza de los clientes. También revela que la economía colaborativa tiene el potencial para transformar el desarrollo de América Latina, incrementando el empleo, el emprendimiento y la innovación.
“Con una regulación adecuada y una supervisión adaptada a los nuevos modelos de las plataformas digitales, la economía colaborativa puede suponer un complemento y un estímulo para los sectores de la economía tradicional, estimulando la competencia, ampliando la oferta y promoviendo alternativas innovadoras para el consumidor”, asegura Brigit Helms, gerenta general de Fomin.
Mayor regulación En Chile, el despegue de la economía colaborativa data de 2012, con el surgimiento de plataformas de financiamiento colectivo como Cumplo y Broota. Su irrupción, sumado a las de las plataformas digitales, se ha transformado en un dolor de cabeza para las autoridades regulatorias de varios países que han enfrentado presiones desde gremios afectados por estos nuevos servicios, principalmente en los sectores del turismo y el transporte.
Asimismo, han surgido otras críticas relacionadas con la dificultad para clasificar a estos agentes económicos y un amplio debate tributario sobre impuestos que deberían pagar. También hay cuestionamientos a las condiciones laborales de sus proveedores tales como carencia de seguros de cesantía, indemnizaciones, capacitación y cobertura de seguros de salud.
Alrededor del mundo, los países y ciudades están tomando medidas para regularizar estos servicios. En Sao Paulo, Brasil, los conductores de Uber deberán pagar una licencia para operar, cuyo valor es de US$ 15 mil, y adicionalmente deberán cumplir otra serie de requisitos, mientras que en otros países como Hungría, las medidas han sido más extremas, ya que la nueva legislación permite bloquear los servicios de taxi que operan sin un sistema centralizado, como es el caso de Uber. Ante eso, la compañía norteamericana anunció su salida de ese mercado.
Otras compañías han optado por adaptar sus normativas para cumplir con la legislación local, como lo hizo recientemente Airbnb en China, por ejemplo.
En Chile, la incorporación de las plataformas como Uber y Cabify al mercado del transporte público generó la molestia entre los taxistas, que acusaron a estos servicios como ilegales y de operar al margen de una regulación legal, lo que implica una competencia desleal.
Luego de meses de movilizaciones de los taxistas, el gobierno ingresó un proyecto de ley para regular las plataformas que ofrecen servicios de transporte, iniciativa conocida como “ley Uber”.
Carlos Schaaf, gerente general de Uber Chile, asegura que es crucial que las nuevas normas y regulaciones miren hacia el futuro y se enmarquen en lo que es mejor para las personas y las ciudades. “Actualmente, alrededor de 100 jurisdicciones en el mundo han creado marcos regulatorios modernos para el transporte colaborativo que permiten aprovechar los beneficios de esta nueva tecnología”, sostiene.
Para el gerente general de Cabify Chile, Agustín Guilisasti, es urgente una modernización, ya que el decreto que regula el transporte privado no se actualiza desde 2004, por lo que las nuevas tecnologías no están consideradas. Cree que la regulación es necesaria lo más pronto posible, ya que sus conductores “tienen el derecho a tener plena seguridad sobre su situación laboral” y espera que las nuevas reglas no frenen la innovación.
La industria hotelera de Chile también expresó su molestia por la falta de una ley que regule la operación de empresas como Airbnb, Niumba y otras plataformas, a las que acusan de “competencia desigual”, ya que no cumplen con normas y regulaciones a las que están sujetos los hoteles y otros alojamientos turísticos.
Desde Airbnb comentan que las críticas que se han registrado en varios países “muchas veces vienen de sectores tradicionales que buscan defender sus propios intereses, con restricciones a la competencia y a la innovación”.
En julio, la Unión Europea presentó el documento “Una agenda europea para la economía colaborativa”, que establece un fuerte respaldo a estas plataformas y concluye que no deben estar sujetas a autorizaciones o licencias si sólo actúan como intermediarios entre consumidores y quienes ofrecen el servicio en cuestión. El organismo sostiene que las prohibiciones absolutas de una actividad sólo deberían imponerse “como último recurso”.
Alejandro Espinoza, socio de KPMG, advierte que en virtud del explosivo crecimiento de la economía colaborativa se hace urgente regular oportunamente este tipo de negocio para evitar que se convierta en un problema. “Autoridades y empresas deben reflexionar y buscar las mejores soluciones teniendo en cuenta las experiencias de otros países, para evitar cometer los mismos errores”, sostiene.
Fuente: EntornoInteligente
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21 Nov 2024