Como inmensas amebas al acecho, las grandes corporaciones de Estados Unidos se están fusionando como nunca. En los meses recientes, Walgreens compró a Rite Aid, uniendo dos de las tres mayores cadenas de farmacias del país. En la tierra de la cerveza, Molson Coors comprará a Miller. Las megaaseguradoras de la salud Aetna y Anthem compraron las megaaseguradoras de salud Humana y Cigna, respectivamente. Heinz compró a Kraft, una buena noticia para aquellos que toman salsa de tomate con su queso. American Airlines, que completó su absorción de US Airways, redujo a cuatro el número de las principales aerolíneas de Estados Unidos, que ahora controlan 70% del mercado de los viajes aéreos. En Wall Street, los cinco bancos comerciales más grandes tienen casi la mitad de los activos bancarios de la nación; en 1990, las cinco mayores instituciones financieras poseían sólo 10 por ciento.
Los minoristas que parecen ser rivales en realidad resultan ser marcas de una sola empresa. Una compañía llamada Luxottica posee LensCrafters, Pearle Vision, Sunglass Hut, Sears Optical y Target Optical. Los compradores en línea de pasajes aéreos y renta de habitaciones de hotel pueden estar menos que emocionados al saber que una vez que se completó la fusión de Expedia y Orbitz, la compañía combinada y Priceline controlarán a todos los vendedores en línea. Hyatt incluso logró la compra de Starwood, el dueño del Sheraton, W y St. Regis.
Octubre fue el quinto mes más importante en la historia de las fusiones y adquisiciones. En lo que va de este año, el valor de esas ofertas es de aproximadamente 4,000 billones de dólares, rozando el récord histórico de 4,300 billones del 2007, justo antes de la crisis económica. Estas cifras, según han demostrado un estudio tras otro, son malas noticias para los consumidores, los trabajadores y la creación de empresas.
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Como escribió David Dayen en American Prospect, “el poder de mercado abruma… la eficiencia gana”. John E. Kwoka, este profesor de Economía de la Northeastern University, encontró que de 46 fusiones 38 dieron lugar a precios significativamente más altos para los consumidores. Otros estudios han demostrado que la disminución en el número de nuevas empresas se debe en parte al poder de mercado cada vez mayor de los gigantes corporativos, mientras que los economistas Jason Furman, presidente del Consejo Presidencial de Asesores Económicos, y el ex director de la Oficina de Administración y Presupuesto del gobierno de Obama, Peter Orszag, han calculado que el aumento de la desigualdad ha sido impulsado en parte por las extraordinarias recompensas a los ejecutivos y accionistas de las empresas que dominan su campo. (Gigantes de Internet, los estamos mirando.)
Pero la combinación sin control de las megaempresas dice exactamente la mitad de la historia acerca del creciente desequilibrio entre la riqueza y el poder (tanto del mercado como el de la política). La otra mitad es la carrera de obstáculos legales que hace que sea prácticamente imposible que los consumidores se unan y una situación similar para la creación de sindicatos de trabajadores.
Una serie de The New York Times sobre el ascenso de la autorregulación de las empresas cuando los consumidores tienen una queja dejó en claro que en la compra de un teléfono, la contratación de televisión por cable, el alquiler de automóviles o para el uso de una tarjeta de crédito, millones de estadounidenses han firmado contratos que les prohíben presentar o unirse a demandas colectivas. En lugar de ser capaces de compartir el costo de llevar a un gigante corporativo a los tribunales por abusos generalizados, los consumidores se ven obligados a enfrentarse a esos gigantes y asumir los costos de los tribunales por sí solos o someterse a los árbitros designados por las propias empresas que están deliberando sobre sus quejas.
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En los últimos años, según documentó el Times, las cláusulas que prohíben a los consumidores a unirse se han vuelto un estándar, en coincidencia con la tendencia de estas compañías de protagonizar megafusiones. Las empresas estadounidenses entienden el poder que se deriva de la concentración. Por eso se fusionan y por eso limitan a sus consumidores a través de las letras chiquitas de los contratos, así como a sus trabajadores a través de la externalización de sus puestos de trabajo a los contratistas, calificándolos como empleados independientes para obstruir sus esfuerzos de formar sindicatos.
Los trabajadores y consumidores son apenas los primeros en sufrir las consecuencias de la concentración empresarial y la atomización de los ciudadanos. A la vuelta del siglo XX, nuestros antepasados se enfrentaron a los Standard Oil y Carnegie Steel de su momento con movimientos que exigían una legislación antimonopolio y más derechos para los trabajadores.
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Necesitamos ese debate y tales movilizaciones ahora. Son necesidades económicas y morales y —más importante para los aspirantes a cargos de elección popular— también tocan algo profundo en la esencia estadounidense. La ventaja del individualismo en Estados Unidos ha sido ver con suspicacia la grandeza, una resistencia al monopolio, una preferencia por David sobre Goliat. Los políticos que pueden diferenciarse de los poderosos comités de recaudación de fondos encontrarán un público ansioso de romper la influencia del dinero y permitir que la gente se una.
Fuente: ElEconomista
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27 Nov 2024