Por, Alicia Gariazzo, Directora de Conadecus
En una sociedad civilizada la ciudadanía espera que el Estado la proteja y el Estado espera la confianza de la ciudadanía. Aún en regímenes neoliberales como el chileno, donde las autoridades desprecian todo lo que suene a subsidio estatal, se supone que el Estado debe protegernos de una guerra, de una epidemia o de una invasión extra terrestre. Por algo pagamos regularmente nuestros impuestos, especialmente los más pobres. Felizmente, no hemos llegado todavía a ninguna de esas situaciones, porque no terminaríamos bien si nuestro Estado actuara en la misma línea en que lo ha venido haciendo en otros ámbitos.
En el premio a la desprotección ciudadana y a la pérdida de credibilidad los tres Poderes compiten con grandes posibilidades. Así, la sensación de vulnerabilidad crece aceleradamente en el conjunto de la sociedad chilena y cada día se produce algún hecho que nos golpea en lo más profundo de nuestras esperanzas. Eso nos ocurre cuando nuestros parlamentarios falsifican certificados de estudios, reciben coimas, se gritan en la Sala sus preferencias sexuales, se acusan de los más maquiavélicos montajes, dejan de pagar las cotizaciones a los empleados de sus negocios o carecen de la más mínima cultura o sensibilidad. Cuando las autoridades apoyan, o son indiferentes a las acciones de los que nos contaminan con aguas servidas, deshechos tóxicos, plaguicidas prohibidos o gases dañinos, a los que nos cobran cuentas millonarias por servicios públicos que no funcionan y que les regalamos, los que nos inundan en el invierno, nos venden casas que se gotean, o usan nuestros alcantarillados para botar sus deshechos industriales. Cuando nunca se sabe quién asesina a nuestros hijos, los Jueces se defienden y reproducen a sí mismos, nombran notarios a sus parientes y encarcelan a periodistas. Nos sentimos indefensos e irrespetados cuando la clase política cambia de opinión, o de “sensibilidad”, de un día para otro, ya sea por “un error comunicacional”, falta de lectura o ignorancia, en relación a aspectos tan vitales como nuestra salud, nuestra vejez, la educación de nuestros hijos, o nuestras libertades cívicas.
El Ministerio de Salud ha sido un ejemplo en este sentido y algunas de sus sentencias llegan a producir escalofríos a los ciudadanos más informados, ya que las grandes mayorías tampoco tienen el privilegio de ser protegidos con información objetiva, completa, disponible y veraz. Pero aún, solo con la información parcial que aparece en nuestra TV, nos sentimos sobrecogidos al observar cuando un Subsecretario de Salud y un Ministro del Trabajo se tragan sendas hamburguesas chorreantes, pese a la esporádica intoxicación de niños chilenos con estas y a la obesidad precoz que nos causa la comida chatarra, cuando mueren bebés por una bacteria que está en el hospital, cuando confunden un conducto de oxígeno con uno de gas, cuando reparten arroz podrido a escolares, cuando discuten un Plan Auge que no se sabe cuánto cuesta ni en qué consiste.
Este cuadro amenazador se ha terminado de complementar cuando el Ministerio de Salud autoriza, sin consulta y sin condiciones, el consumo de ingredientes transgénicos aún en alimentos para bebés. Y en esto también carecemos de información. Las autoridades de salud no la entregan o no la saben y tampoco existe en los etiquetados de nuestros alimentos.
En cambio, la FDA en EEUU está exigiendo a los proveedores de alimentos que incluyan en las etiquetas de sus productos la cantidad de grasas transgénicas que estos contienen, debido a que considera que estas grasas ”no son saludables por surgir de la hidrogenación de los aceites vegetales, teniendo así incidencia en las enfermedades coronarias”. Ello ha llevado a varias empresas norteamericanas de alimentos a eliminar las grasas transgénicas de sus productos, los que contendrán la etiqueta “libre de grasas transgénicas” (transfat free)
Otros expertos informan en Internet que ADES es un producto compuesto de soya transgénica, jugo de fruta por procesos térmicos y refrigerantes, azúcar y glucosa, lo que no correspondería a la idea macrobiótica que estos alimentos tratan de infundir. Lo importan desde Argentina, el mayor productor transgénico del mundo, donde la soya transgénica representa en el 2003 el 94% de sus cultivos de soya. Lo interesante es que, mientras este producto se consume masivamente en Chile, en Estados Unidos, Japón, o la Unión Europea no existe un solo litro de leche de soya transgénica, o derivados como tofu y yogurt. Los embutidos también contienen soya transgénica, de origen norteamericano o argentino. También las carnes en conserva, además de nitritos cancerígenos, conservantes, colorantes, pesticidas y hormonas, agrega esta información.
La maizena se elabora con maíz transgénico y en Japón y Europa, el maíz transgénico está prohibido para alimentación humana. En Japón incluso para alimentación animal. La maizena se elabora con maíz y gran parte de la industria alimenticia la utiliza, especialmente en alimentos infantiles.
En 1999, los expertos norteamericanos Daniel M. Sheehan, Director del Centro Nacional de Investigación Toxicológica de la FDA, NCTR, Barry Delcos, Departamento de Salud y Servicios Humanos del NCTR y Daniel R. Doerge, de la División de Toxicología Bioquímica han planteado (Etiqueta # 98P-0683: Etiquetado de Alimentos: solicitudes de Salud; Proteína de Soja y Enfermedades Coronarias) que se oponen a aprobar el consumo de proteína de soya, porque hay evidencia abundante de que algunas isoflavonas que se encuentran en la soja, incluyendo la genisteina y el equol, un metabolito de la diazeina, muestran efectos tóxicos en tejidos sensibles a los estrógenos y en la glándula tiroide. Esto es cierto para un número de especies, incluyendo la humana. Además, los efectos adversos en humanos ocurren en varios tejidos y, aparentemente, por varios mecanismos distintos. Agregan, en una carta pública enviada a la FDA: “La genisteina es claramente estrogénica. Posee las características estructurales químicas necesarias para la actividad estrogénica, induce respuestas estrogénicas y actúa como un disruptor endocrino estrogénico. Durante el embarazo humano, las isoflavonas podrían, en sí mismas, ser un factor de riesgo para el desarrollo del cerebro y del tracto reproductivo.” Autorizar este consumo sin haber realizado estudios de seguridad completos con respecto a la proteína de la soja, no es razonable, agregan, señalando experimentos hechos en monos. “El descubrimiento de que los fetos de monos alimentados con genisteina tuvieron un 70% superior de genisteina sérica con respecto a los controles, lleva a una preocupación grave similar. El período de desarrollo está reconocido como el estadio de vida más sensible a la toxicidad de los estrógenos, debido a las evidencias indiscutibles de su relación en una amplia variedad de malformaciones y deficiencias funcionales serias, en modelos experimentales con animales y en humanos. En adultos, la genisteina podría ser un factor de riesgo para un número de enfermedades asociadas a los estrógenos.”… “Además, las isoflavonas son inhibidoras de la peroxidasa tiroidea involucrada en la síntesis de la T3 y T4. Se puede esperar de esta inhibición que genere anormalidades tiroideas, incluyendo el bocio y la tiroiditis autoinmune”.
…..”Mientras las isoflavonas pueden tener efectos beneficiosos en algunas edades o circunstancias, esto no puede asumirse como cierto para todas las edades. Las isoflavonas son como otros estrógenos, en el sentido que son armas de doble filo, que confieren tanto beneficios como riesgos. El etiquetado de salud del aislado proteico de soja para alimentos debería ser considerado exactamente como si se tratara del añadido de cualquier estrógeno o generador de bocio a los alimentos, lo cual sería una mala idea.”
La discusión en la “nación más grande del mundo” que nos hizo pasar a “las ligas mayores” continúa. Se desarrollan experimentos, se investiga y aún no hay consenso.
Los médicos Sheehan y Doerge mantienen su planteamiento de 1999 argumentando que “…la posibilidad de que los productos de soya que se están consumiendo pueda causar daño a humanos por sus acciones estrogénicas y goitrogénicas es preocupante”. En 2001 los oncólogos Thigpen, Locklear, Haseman, Saunders, Grant y Forsythe concluían que “la diazeina y la genisteina aumentaban la incidencia de carcinomas vulvares en ratas”.
Agregaba De Lemos que estos componentes podrían estimular tumores cancerosos en los senos y antagonizar los efectos del tamoxifen. Todos los investigadores coinciden en que los productos de soya contienen fitoestrógenos en grandes cantidades, lo que podría favorecer a mujeres menopáusicas, aunque aún hay efectos desconocidos en el cerebro y algunas de sus capacidades, pero que su consumo en mujeres embarazadas podría afectar al neonato en su sistema inmunológico posteriormente e incluso algunos científicos concluyen que podrían producirles anormalidades urogenitales.
La última palabra no está dicha, pero a lo menos podemos concluir que no es fácil autorizar a ciegas estos alimentos por más presiones que ejerzan las multinacionales de los alimentos. Si nuestras autoridades de salud no pueden sustraerse a estas, a lo menos deberían exigir información en el etiquetado para que el consumidor pueda decidir su suerte como ocurre en todos los ámbitos de nuestra vida actualmente en nuestro país.
Por lo menos deberíamos tener información objetiva en el contenido de lo que comemos.