Columna de Opinión publicada en El Mostrador, por Álvaro Gutiérrez, Jonathan Barichivic y Antonio Olivares (abogado y encargado de Atención de Usuarios de Conadecus)
Los árboles proveen oxígeno y almacenan carbono, regulan el ciclo del agua, son fuente y sostén de vida de los bosques, y producen y conservan el suelo. De los más de tres trillones de árboles que conforman los bosques del mundo, solo algunos son excepcionales por su longevidad y tamaño. En los bosques de Chile habitan algunos de estos seres extraordinarios, entre ellos, el Alerce Milenario del Parque Nacional Alerce Costero, que por su longevidad ha llamado la atención del mundo. Poco después de enterarnos de que bordea los 5500 años, y que sería el árbol vivo más longevo del mundo, conocimos el terrible daño que turistas causaron a otro ejemplar de su especie, muy cercano al milenario alerce, arrancándole la mayor parte de su corteza, y quizá condenándolo a una lenta muerte sino se toma alguna medida de remediación.
Árboles tan icónicos como el Alerce Milenario, por sus grandes dimensiones y edades, se conocen como árboles monumentales. Muchas personas se sienten atraídas por estos antiguos gigantes que han sobrevivido milagrosamente a los agravios del desarrollo humano, pero que hoy enfrentan nuevas amenazas. Aunque importante para las comunidades aledañas a los bosques, la actividad ecoturística no está exenta de riesgos para la sobrevivencia de estos árboles tan singulares como escasos.
El Alerce Milenario, luego de años de visitas de turistas, tiene sus raíces seriamente afectadas por el pisoteo de cientos de personas que cruzan los límites del área de observación permitida, para fotografiarse, abrazarlo o extraer su corteza. Aunque pareciera inofensivo, el pisoteo cumulativo hiere y asfixia las raíces del árbol al erosionar y compactar el suelo. En similares condiciones se encuentran otros árboles monumentales de atractivo ecoturístico, como la Araucaria Madre en el Parque Nacional Conguillio, y otros alerces de los Parques Nacionales Alerce Andino y Pumalín Douglas Tompkins.
No respetar los límites para disfrutar de los árboles monumentales, los expone al ataque de patógenos que pueden viajar adheridos a los zapatos de los turistas, tales como hongos de pudrición. Esto último ha causado una mortalidad masiva de árboles monumentales de Kauri en Nueva Zelanda, y amenaza con matar al más grande conocido, Tane Mahuta, que es un símbolo cultural irremplazable para la nación Maori. En Chile necesitamos avanzar en medidas que prevengan lo ocurrido en Nueva Zelanda.
La actual legislación ambiental difícilmente puede castigar el vandalismo sobre nuestro patrimonio natural. Las leyes y reglamentos sólo protegen la biodiversidad al nivel de especies dejando un notable vacío de protección legal al nivel de árbol individual, o de la alteración grave de su hábitat. Si bien los árboles monumentales de Alerce, Araucaria y unas pocas otras especies tienen un grado de protección como Monumento Natural, los de especies como coihue, raulí, roble, ulmo y tineo no poseen protección alguna cuando se encuentran fuera de áreas silvestres protegidas. De esta forma, los últimos árboles monumentales que aún podemos encontrar en nuestros bosques carecen de protección legal.
Una propuesta de conservación no sólo debiera proteger al individuo evitando su tala o cualquier tipo de efecto negativo. Es necesario además extender la zona de protección hacia el entorno cercano al árbol. Recordemos que un árbol es mucho más de lo que podemos ver, es decir, al menos un tercio vive bajo el suelo. Es a través de las raíces que los árboles se conectan con un amplio entorno, intercambiando nutrientes a través de redes interconectadas con hongos y otros organismos, sosteniendo así a las generaciones de árboles más jóvenes. Sobre el suelo, los grandes árboles del bosque proveen de hábitat a una amplia gama de plantas, aves, insectos e incluso anfibios, siendo capaces de sostener ecosistemas por sí mismos. En Chile, la copa de un árbol monumental puede llegar hasta 15 metros de distancia de su tronco, y diversos estudios muestran que lo que pasa fuera del bosque puede influenciarlo al menos hasta 50 metros de distancia desde el borde hacia su interior. Por lo tanto si queremos proteger de verdad a nuestros árboles monumentales debemos también resguardar por lo menos 100 metros a la redonda. Dicha área le otorga una superficie mínima de protección, mantiene el funcionamiento del ecosistema, y permite la adecuada interacción entre el árbol monumental y la biodiversidad con que se relaciona bajo y sobre el suelo.
La protección de los árboles monumentales de Chile es hoy una necesidad urgente. Aquí hemos medido más de 69 mil árboles y solo conocemos 55 monumentales, que representan los últimos remanentes en el país. Para proteger estos árboles, se deben expandir los instrumentos legales vigentes, tales como la declaración como Monumento Natural. El proyecto de Ley que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP) es un instrumento que podría otorgar un marco para su protección, siendo posible mejorar la definición –en aquel proyecto– de Monumento Natural para incluir la protección de estos árboles como individuos, y de un área aledaña como zona de protección circundante.
Mientras el proyecto que crea el SBAP no se transforme en Ley, es necesario realizar esfuerzos paralelos. Por ejemplo, el Ministerio del Medio Ambiente debe avanzar en establecer un catastro nacional de árboles monumentales para asegurar la custodia de este patrimonio natural invaluable. Para aquellos ya conocidos, CONAF debiera solo aprobar planes de manejo de preservación para los bosques aledaños.
Avanzar en estas iniciativas debe ser una prioridad para el gobierno actual, que reconoce en los árboles a un símbolo para sentar las bases de un Estado ecológico. Por otra parte, quienes legislan deben responder a esta urgencia antes de que el descuido histórico, y el cada vez más intenso cambio climático, eliminen los últimos árboles monumentales de nuestros bosques. Nos queda poco tiempo para proteger este patrimonio natural del país para las futuras generaciones de chilenas y chilenos.
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